jueves, 22 de enero de 2015

Manifiesto o



Ooo
allí donde todo se ha agotado
comienza a escurrir un gesto que se incendia
es un chipazo que gotea
nutriendo
y entibiando
el resquebrajado lomo
de lo supuesto,
apaciguando
la fatigosa carga
de lo obvio.
Ooo parece que dijera
lo inesperado enraizándose
en el cuenco de la boca.
Ooo le llueve desde las manos
hacia el dorado brillo que lo emboba:
en el centro de lo previsto  
le viene creciendo
el asombro

y ya no hay forma
de tantear un nombre viejo
para decir el misterio.

viernes, 16 de enero de 2015

Hacia una poética del asombro

 Mirar, admirar
hojas verdes, hojas nacientes
entre la luz solar.
Matsuo Bashō


Junto al florero,
¿también la mariposa
oye Lo Inmenso?
Kobayashi Issa




En cada cultura podemos encontrar infinidad de conceptos que no sólo se vuelven complejos de ser  aprehendidos y traducidos por otras culturas (como si a cada pueblo le hubiera tocado develar una faceta única en el prisma del misterio humano)  sino que es difícil comunicarlos también en la propia lengua que les dio nombre pero que los protegió a su vez, de los peligros del reduccionismo y la intelectualización.
El pueblo japonés tuvo en suerte la posibilidad de acuñar un maravilloso concepto que pareciera resguardar en sí la medicina que nos devuelva la capacidad para degustar el mundo palmo a palmo, a nuestro propio ritmo, desde una conciencia anclada en lo efímero y en la eternidad. Se trata de wabi-sabi, una expresión con sus raíces ocultas en los entresijos de la ceremonia del té, el antirracionalismo del budismo zen o la impronta evanescente del haiku.
Wabi-sabi es a la vez un paradigma estético y un modo de sentir y experimentar la vida y sus fenómenos estableciendo una relación personal y profunda con aquello que sale al encuentro de nuestros sentidos, percepciones y emociones.
Mucho dista esta forma de ser y de estar respecto a la globalizada cultura de la novedad que nos sujeta y agita mucho más de lo que quisiéramos admitir. A través de un constante estado de fascinación que nunca llega a madurar en asombro, nuestra mirada contemporánea salta de estímulo en estímulo perdiendo su propia capacidad de descubrimiento, de tornarse mirada activa, artesana, creadora. Todo gira en torno a una renovada promesa de satisfacción que llega siempre desde el otro lado de nuestros deseos. Y así, con los sentidos apelotonados de estímulos y el alma anhelante, hemos ido perdiendo la capacidad del “gusto” propio.
Nuestras papilas gustativas anímicas se encuentran severamente intoxicadas y para poder experimentarnos en el mundo, incluso para poder percibirnos, nos vemos en la necesidad de incrementar las dosis diarias de estímulos e información, provocando que hoy, más que nunca, conocer sea sinónimo de acumular, de atragantarse de inmediatez. No hay tiempo para digerir y procesar ya que lo mejor está siempre por delante y lo que capturamos hace un instante ya se nos escurre como arena entre los dedos.
En contraposición, el  wabi-sabi es una delicada y profunda captación estética y espiritual de los fenómenos más humildes e imperceptibles, pero que precisamente se han vaciado de referencias para que podamos habitar sus misterios con nuestro propio misterio erguido. 
El concepto de wabi-sabi no se puede enseñar, no se puede comunicar, su unidad excede la suma conceptual de sus partes.  
Wabi deriva de la raíz wa, que se refiere a la armonía, la tranquilidad y el equilibrio, aunque antiguamente, en términos generales, significaba  tristeza, desolación y soledad. Pero a través de un proceso poético ha llegado a significar simpleza,  humildad, armonía con la naturaleza. Unido profundamente a la filosofía del budismo zen, en wabi se encarna la imagen del monje peregrino, que nada espera y se contenta con su túnica desgarrada por el viento, su viejo cuenco de limosna y la simpleza de su ermita.
Y sabi, en sí mismo significa "la flor de tiempo". Connota progresión, el deslustre natural, la herrumbre que ha apagado lo que alguna vez brilló. Como también la comprensión de que la belleza es efímera. 
El poeta y catedrático peruano Alfonso Cisneros Cox, quien se dedicó arduamente a estudiar la poesía haiku y la cultura japonesa, asegura que el término sabi está impregnado por la sencillez y la austeridad, de un gesto de aislamiento que actúa como una forma de depuración para poder observar con más profundidad aquello que nos rodea.
El significado de esta palabra también ha ido evolucionando con el tiempo. En el siglo XIII, sabi se transformó en el placer que se experimenta al observar las cosas que han sido transformadas por el paso del tiempo y el obrar de la naturaleza y el ser humano.
Del encuentro de ambas concepciones surge un estado suavemente excepcional en el que, al contemplar determinadas formas e imágenes, experimentamos un goce estético ante la aceptación de la transitoriedad y la belleza de lo imperfecto, lo impermanente y lo incompleto.
Desde este sentir, los japoneses han encontrado toda una categoría de belleza que envuelve a los objetos envejecidos, desgastados e irregulares que sobresalen con modestia y austeridad, que al contemplarlos entran en diálogo con nuestra intimidad, que no nos desbordan  sino que nos permiten ingresar en “su sabor” muy suavemente. No es una belleza obvia, sino cubierta de variadas veladuras. Pero por sobre todo, una belleza imperfecta en la que podemos reconocernos, hermanarnos, o bien, como afirma Donald Keene, especialista en cultura japonesa: “una belleza inmune a las mudanzas del gusto”.




El desarrollo de la estética wabi-sabi comenzó como tal durante el período Kamakura (1185-1333), coincidiendo con la difusión de las nuevas escuelas del budismo, en particular, la escuela Zen. Desde entonces se ha derramado en variadas artes, como la arquitectura, la poesía, la decoración, la jardineria y la pintura, pero también en experiencias y rituales de la vida cotidiana.
Así, los objetos y obras “tocados” por  wabi-sabi guardan una memoria viva, registran el paso desgastante de los elementos de la naturaleza, se agrietan, se oxidan, se deslustran, se cubren de pátinas provenientes del uso y la intemperie, pero por sobre todo, nunca serán piezas atesoradas en museos o vitrinas, sino elementos unidos fuertemente a los quehaceres del diario vivir, y de esta manera, podrán ser redescubiertos por el contacto una y otra vez.
Según el arquitecto, diseñador y filósofo  norteamericano Leonard Koren, el wabi-sabi percibe una “grandeza” perceptible y despojada que representa exactamente lo opuesto a los ideales occidentales de gran belleza como algo monumental, espectacular y duradero, sino refugiada en lo intrascendente, velada por lo provisional y lo efímero, develada por la poética del asombro.
Esa gracia se nos revela en aquello que creíamos conocer en todas sus posibilidades, más ahora se despierta una opacidad, una textura, una grieta capaz de re-significar todo el conjunto y abrazarlo desde nuestra propia precariedad potente.
Nosotros también nos surcamos de tiempo; nuestras manos, nuestro rostro, cabellos y hasta el brillo de la mirada van adquiriendo huellas y transformaciones que son el reflejo plástico de las vivencias del alma y el devenir. Sólo que no las vemos llegar, así como no vemos surgir el moho en una vieja madera o la herrumbre de un viejo utensilio, sino que de repente parecen estallar y nos interpelan con el mismo guiño de las manchas estelares en la noche profunda.
Esa belleza sin parámetros, no impositiva, ese estallido inesperado puede salirnos al encuentro donde y cuando menos lo imaginamos.
El mundo todavía está lleno de gestos que se rehúsan a ser encorsetados desde una mirada incapaz de “ver descubriendo”, “ver creando”. La reconquista de estas capacidades está inevitablemente ligada a la posibilidad de la libertad, pues al entregar la mirada y resignar el asombro nos volvemos espectadores esclavos de la apatía.
El sentimiento de arrobo ante la realidad sensible es parte inseparable de la condición humana y de allí nacen nuestras capacidades poéticas y también nuestras capacidades de resistencia, pues en la comprensión cabal de los múltiples sustratos que la componen recibimos inspiración para continuar adentrándonos en la aventura del autodescubrimiento, de una propia pedagogía para penetrar en la naturaleza y en lo humano.  
Donde todo está dicho o allí donde otro nos impone la palabra o el silencio en los labios, sólo ahí podemos decir que hemos dejado de ser, de raíz.
Nacimos de y para pronunciar el asombro.


Luis Eduardo Martínez


Fuentes:
-Paula Fernández González, Alex González Coronado, Wabi-sabi.
http://pensamientojapones.tumblr.com/
-Leonard Koren, Wabi-sabi para Artistas, Diseñadores, Poetas y Filósofo. Hipòtesi-Renart Ediciones, Barcelona.
-Haiku, Colección Poesía Mayor, Editorial Leviatán. Buenos Aires.