lunes, 23 de febrero de 2015

Performance urbana o la acción como puerta hacia el instante desnudo*


“...Cierto es que seguimos deseando captar en nuestras artes
las corrientes invisibles que gobiernan nuestras vidas ( ..)
La verdad es que no sabemos cómo celebrar,
ya que no sabemos qué celebrar.
Lo único que sabemos es el resultado final:
conocemos y gustamos de la sensación y el clamor de lo celebrado...”

Peter Brook, El espacio vacío

  
Juan Montelpare. Acciones simples para curar objetos violentos (http://juanmontelpare.wix.com/juanmontelpare)



Celebración de la presencia.
El arte intenta volver a las calles. Intenta volver a confundirse con lo cotidiano, correrse de la categoría de mercancía y conservar su tensión poética.
El arte quiere recuperar una mirada activa.
Desde fines del siglo XX las artes urbanas en general han comenzado a rasgar la percepción de lo cotidiano sin distanciarse del propio tejido urbano y sin irrumpir con aires de revelación o imposición discursiva. Performance, stencil, intervenciones, instalaciones, land art, son algunos de los lenguajes que protagonizan la disolución de las constantes barreras que pretenden erguirse (desde múltiples juegos de poder) entre el arte y la vida, la observación y el hacer, el espacio yermo despojado ritualidad y poética y el espacio con sentido.
A diferencia de lo sucedido en las décadas de 1960 ó 1970, con las primeras experiencias performáticas y de “happening”, las manifestaciones performáticas urbanas de hoy en día parecieran haber trascendido (o al menos trabajan por el intento) el regodeo de una acción solo “para entendidos” o “iniciados” y la pretensión de violentar en lo cotidiano para “iluminar las conciencia de la masa” con un acto saturado de malabarismos pseudoconceptuales.
En esta constante evolución hacia un diálogo fluido y genuino con el entorno, la performance, como herramienta de inserción y diálogo activo con el tejido urbano, se convierte en esa esponja mutante y nómada, tal como la define la investigadora mexicana Yolanda Muñoz González. Antonio Prieto cita esta metáfora y la desarrolla: “Es una esponja porque absorbe todo lo que encuentra a su paso: la lingüística, la teorías de la comunicación y de la conducta, la antropología, el arte, los estudios escénicos, los estudios de género (...) Es mutante gracias a su asombrosa capacidad de transformación en una hueste de significados escurridizos (…) es nómada ya que se le ha visto viajar sin necesidad de pasaporte de una disciplina a otra y también de un país a otro.” 
La performance que logra trascender el riesgo de la espectacularización, le brinda a las acciones poéticas y políticas la posibilidad de encarnarse un cuerpo más “real”, más contundente que el cuerpo “escénico” o el mero discurso. Pues reflexiona sobre y con el contexto, acerca de y con el otro.
Si este diálogo circula, si estas piezas se integran, la performance ingresa en lo cotidiano fraternalmente y no por desgarro.

Javier Del Olmo. Cromañón. Acción realizada el 30 de diciembre de 2013 en Plaza de Mayo, para reclamar justicia y hacer memoria para las 194 víctimas de Cromañon, junto a familiares, sobrevivientes y amigos. (http://desaparecerhoy.blogspot.com.ar/)

Así, una fuerza axial toma y habita cada espacio de acción de una manera enérgica y festiva. Ese espacio de acción conforma, a su vez, un todo donde el performer desarrolla su intención a través de su cuerpo, estableciendo un puro proceso que luego impactará e involucrará al espectador o participante y al propio entorno. Contexto, cuerpos, objeto, palabra, imagen, sonido, respiración, formando una única percepción e imprimiendo un sentido más allá de las individualidades.
Esta fuerza, esta tercera presencia entre el accionador y el participante es el encuentro mismo. El encuentro como intersección entre distintas percepciones y emociones estableciendo sus propias dinámicas: un cuerpo del instante, que va construyendo su propio discurso y su propia poética. 
Dichos acuerdos, la mayoría de las veces, no necesitan demasiados preámbulos para echar raíz en el instante, para habitar el cuerpo común. En ese espacio de lo inesperado comienzan poco a poco a develarse una historia (un sentido) y un registro en común, fresco y vital.
Y es que en pocas manifestaciones artísticas “el aquí y ahora” cobra tanto protagonismo  como en la performance urbana. Dónde todas las energías en diálogo potencian el tránsito del performer como co-creador y la vivificación en los espectadores de sus capacidades creativas invitadas a manifestarse en un ámbito con tantas posibilidades como lo es el espacio público. Así lo postuló Joseph Beuys: “frente al imperio exclusivo de la razón, solo el arte es capaz de reactivar todos los sentidos y las potencias del hombre”. 

En tiempos donde el sentido discursivo y conceptual ocupa el lugar absoluto de la obra, la dialéctica del encuentro en el espacio público propone, no un objeto acabado, impenetrable, pasivo, sino un proceso a completar, un camino orgánico donde la obra se resignifica, se ofrenda y se conforma en la percepción o acción en común.
En la performance urbana, acontece la desnudez inicial de la representación, en la que el Otro es esencial: su cuerpo también es escenario, actor y palabra.

Luis Eduardo Martínez

Blanca Rizzo. No a la trata. Fotografía de Javier Del Olmo (http://blanca-rizzo.blogspot.com.ar/)




*Actualización del artículo publicado originalmente en Revista DCO-Danza, Cuerpo, Obsesión, en su número 7 (Abril 2007), dedicado a "Poder". www.revistadco.blogspot.com
Bibliografía:
Boork, Peter. El espacio vacío. Barcelona, Península, 1994.
Prieto, Antonio. "En torno a los estudios del performance, la teatralidad y más". (En línea) www.crim.unam.mx
 

lunes, 9 de febrero de 2015

Mireya Baglietto y el Arte Núbico

La potencia de una mirada inaugural

 “(…) estás en el interior de los reflejos, estás en la casa de la mirada,
    has cerrado los ojos y entras y sales de ti mismo a ti mismo por un puente de latidos:
                       el corazón es un ojo (…)”
Octavio Paz, La casa de la mirada.


A partir de una sensibilidad capaz de echar raíces en la esencia de materiales primigenios y desde allí impulsarse hacia la experiencia liberadora de la ingravidez, la artista Mireya Baglietto ha trazado un recorrido cuyos procesos creativos y humanos desafían la tiranía del formato y la perspectiva cartesiana para revolucionar las posibilidades de la mirada y, por ende, del espíritu.
Al escucharla relatar las vivencias que a lo largo de los años fueron impulsándola hacia una nueva concepción del arte, es posible experimentar en la tibieza de su voz y en el claro fuego de su mirada, un pequeño destello que dentro del alma espeja la intensidad de su pasión creadora.
Con un amplio camino como dibujante, pintora y escultora, es la cerámica el lenguaje en el que tempranamente se destacó y que le sirvió como fundamento de futuras indagaciones.
La cerámica, con sus infinitas posibilidades donde aparecen los cuatro elementos en estado puro, fue en sus manos un verdadero laboratorio alquímico a partir del cual Mireya supo no sólo expandir un universo de formas potentes y cautivantes, sino llevar los aspectos técnicos a un nuevo nivel al desarrollar un sistema de esmaltes a través de  un método de combinación de sustancias que revolucionó la disciplina y que le llevó 15 años de investigación.
Sin embargo, fue la propia obra escultórica realizada en cerámica la que la condujo hacia una aventura fundacional donde lo matérico pierde su protagonismo para dar lugar a la vivencia.
“Estaba haciendo cerámica en el taller, preparando unas obras antropomórficas para una exposición y empezó a llover, y sentí que las obras comenzaban a decirme cosas, entre sus mensajes me comunicaban que estaban hartas de que yo me ocupara de sus pieles (que eran los esmaltes) y que querían compartir su espacio con la gente”.  Mireya decide entregarse por completo a la exhortación de esas voces que, desde la profunda sabiduría del barro, clamaban por ser espacio vital, espacio vivenciable, espacio total. 
“Terminé esa exposición y nunca más hice cerámica”, nos cuenta.
Tenía para entonces forjada una sólida carrera como ceramista con importantísimos reconocimientos como ser la Medalla de Oro en la Exposición Internacional de la Cerámica Contemporánea en Praga, el Primer Premio Escultura del Salón Internacional de Arte Cerámico, el Primer Premio en el XVII Salón Anual de Arte Cerámico y I Premio en el Segundo Salón Nacional de Arte Cerámico, entre muchos otros. Y a pesar de la insistencia de sus colegas que la instaban a continuar presentantándose en los salones nacionales, tuvieron que pasar más de veinticinco años para que un día, con la decisión que la caracteriza, tomara una escultura de los años 70 y a partir de ella realizara una nueva obra de carácter cinético altamente vinculada al mundo del reflejo y al estímulo de la precepción. Fue con esta obra que obtuvo el Gran Premio Nacional de Artes Visuales, reconocimiento que marca un antes y un después en la carrera de cualquier artista argentino.
“Me había peleado, no con la cerámica, sino con el mundo del formato. Pude comprender que la cerámica me brindó la posibilidad de conocer profundamente los procesos de transformación de la materia, y no solo al servicio del formato, sino como generadora de trasformación alquímica. La cerámica me dio el sustrato necesario para llegar a reconocer que lo más importante en la obra es el proceso. De allí en más mi trabajo se centró en la producción de procesos y en comprobar que esa alquimia también se podía llegar a dar en las personas a través del medio adecuado”, afirma Mireya.
Pero ¿Cómo hacerlo?, se pregunta, ¿cómo iniciar un proceso creativo y plural abierto a la transformación humana? Al poco tiempo se da cuenta que para avanzar hacia algo nuevo debía primero desandar caminos, retroprogresar al origen, abandonar la convención que nos ha domesticando la mirada por medio de  la perspectiva monofocal y salir al ruedo  para abarcar el espacio total, el gran campo abierto y sensible que es el espacio mismo, el que nos circunda, el que nos habita, el que rodea a las estrellas y por donde transitan las galaxias. Esto significaba abandonar radicalmente la perspectiva monofocal heredada del Renacimiento y cambiar el eje de la comprensión del espacio mismo.  
Mediante un proceso creativo radicalmente inusual comienza a investigar nuevos recursos de la percepción para acceder al espacio total y desde allí poder renovar y ampliar exponencialmente la visión que tenemos del mundo. Para ello incorpora espejos que producen fuertes sensaciones de ingravidez que expanden, dinamizan y transforman la mirada. Ese será el comienzo del Arte Núbico.

Nube I y Nube III (Bienal Internacional de San Pablo, Brasil)

Definir los Espacios Núbicos es un enorme desafío, como señala Baglietto “todo es muy simple y a su vez complejo, tal como pudo ser el tajo que Lucio Fontana hiciera en la tela con el propósito de tocar el espacio, o como el salto al vacío que Ives Klein diera con la intención de trascender la condición humana. Asimismo es tan espiritual como el vínculo con la materia que creara Paul Klee, y tan comprometido socialmente como las acciones públicas que llevara adelante Joseph Beuys. El Arte Núbico tiene una cierta aproximación a las propuestas de Lygia Clark y Helio Oiticica, porque como ellos, destaca la sensorialidad, la participación y el espacio.”
Lo cierto es que aquellos que han tomado el espejo que convierte el techo en piso, modificando y ampliando radicalmente la percepción para adentrarse en la arquitectura pluridimensional de La Nube, han encontrado que este universo de pautas estructurales orgánicas donde no existen ángulos rectos, referencia preestablecida, ni elementos figurativos ni simbólicos, la memoria no logra hacer pie.  Allí, las sensaciones se abren a un nuevo sistema referencial. Se trata de un misterio a develar por cada uno.
De estas experiencias de ingravidez y atemporalidad dinámica, surge una nueva noción de arte como vínculo, arte al servicio de nuevas exploraciones dimensionales: arte como estímulo de la creatividad de todos.
“Yo siento y pienso que en este momento histórico falta protagonismo plural, sobre todo en relación al arte, que es mi tema. En el arte en general y fundamentalmente en el objeto artístico, el artista crea una obra y el público la admira. Para mí el arte debe superar su condición de objeto de admiración para convertirse en  generador de co- protagonismo. El camino para ello es la creación  de campos de experimentación y estimulación de la sensibilidad, campos que estimulen capacidades, algunas conocidas y otras prístinas que puedan neutralizar este sistema imperante que perversamente nos manipula, nos reduce y nos degrada. Muchas personas no se dan cuenta de que sentir es una capacidad humana que tiene el mismo nivel que pensar, ya que ambas corresponden a los dos hemisferios cerebrales. Si nosotros seguimos pensando sin sentir, continuaremos viviendo colgados de la teta del sistema. Creo que en esta época, en la que estamos al borde de una posible catástrofe, necesitamos reactivar la creatividad plural y meter corazón para superar infinidad de conceptos y lineamientos, que si bien quizá alguna vez fueron válidos, ahora ya no lo son, y en cuanto sigamos apostando a ellos quedaremos empantanados en un territorio reduccionista que hoy ya no sirve para sostener una sociedad”, reflexiona Mireya.
Y ciertamente el destete comienza cuando nos damos cuenta de la necesidad de salir a descubrir el mundo por nosotros mismos a través de un mirar dinámico y sensible, un mirar directamente ligado a la evolución, un mirar como el que ofrece el espejo dentro de los Espacios Núbicos, que a cada paso crea y recrea nuevas perspectivas.  
“La libertad de la mirada da una autonomía, que no la da el pensamiento. Porque yo puedo mirar, puedo percibir y dejar que eso que miro se desarrolle y crezca dentro de mí como una variable nueva capaz de alimentar el pensamiento. La propuesta núbica provoca precisamente eso,  que la persona no se relacione con nada de lo que ya conoce, para que de esa manera su mirada no tenga contaminación y sea verdaderamente prístina. En los Espacios Núbicos no hay ningún dato que pueda estar alojado en la memoria, porque en la medida que aparece algún elemento de la memoria ordinaria o de otro tipo de memoria más sofisticada, como la memoria simbólica, el pensamiento comienza a quitar protagonismo a la capacidad de percibir lo nuevo. Hoy, la mirada se ha domesticado, se ha sometido a la primacía del mundo plano para convertirnos en consumidores pasivos. Pero si somos libres con nuestras miradas podemos elegir con autonomía. El Arte Núbico nos acompaña a mirar espacios altamente significantes pero sin significados, porque quien busca y significa es la persona que los atraviesa desde su propia libertad”.


Nube IV Tu espejo del Universo (Centro Cultural Recoleta. Buenos Aires).

A lo largo de más de tres décadas de investigación y creación con los Espacios Núbicos, Mireya Baglietto cuenta con un enorme archivo testimonial donde participantes, artistas, intelectuales y profesionales del campo del pensamiento han devuelto en palabras las profundas vivencias recorridas. Un paso pendiente sería el poder trabajar con neurocientíficos, para comprender que “rulo” hace el cerebro cuando no está domesticado y conocer lo que acontece en el organismo cuando le sacan la gravedad y se desdibujan los límites. Es decir, cuando “se habilita a fondo la libertad del sentimiento”.
“Entiendo al arte como un territorio social para habilitar el mundo del espíritu. Los Espacios Núbicos permiten que las personas se encuentren consigo mismas en ese punto cero que es la unidad humana, capaz de ignorar o romper todos los formatos y a su vez posibilitar campos nuevos, campos de religamiento con la totalidad, campos religiosos sin religión. Comprender el espacio que está tanto adentro como afuera de uno mismo. El espacio que hace  consciente a la respiración, donde nuestros alientos se interconectan en el espacio que nos habita a la par que lo habitamos; conjugando múltiples dimensiones en un “nuevo” concepto espacial que brota a nivel orgánico como parte de lo finito hacia una experiencia infinita”. Todo esto sucede porque el Arte Núbico que es un arte a escala humana, también lo es a escala cósmica”, afirma la artista.

Arcoiris (Centro Cultural Recoleta. Buenos Aires)

La obra de Mireya Baglietto plantea además una nueva pedagogía del arte que facilita experiencias de autodescubrimiento, que van más allá de la especialización y la sobrevaloración del concepto, también más allá de las validaciones académicas y la reproducción de formatos y tendencias. “Cuando no hay con qué enseñar creatividad, se enseñan formatos. Y ahí entramos en una paradoja, ya que se trabaja poco en las experiencias sensibles y mucho en los marcos teóricos y los códigos de moda que saturan en contenidos para evitar la experiencia. Pero un verdadero proceso creativo no tiene historia, no está en los libros, un verdadero proceso creativo hace la historia, crea los libros. Todo comienza en el territorio de la sensibilidad…después veremos.”
Un hecho poético no puede ser develado formalmente, es imposible reconstruir el poema a partir de sus partes, porque el misterio que lo sostiene precisamente palpita en sus intervalos, en el vacío que ha de ser habitado por el lector cuando éste decide dejarse habitar por su misterio.
El poeta Roberto Juarroz afirmaba “una red de mirada/ mantiene unido al mundo,/ no le deja caerse/ Mis ojos buscan eso/ que nos hace sacarnos los zapatos/ para ver si hay algo más sosteniéndonos debajo/ o inventar un pájaro/ para averiguar si existe el aire/ o crear un mundo/ para saber si hay dios”; y ese sentido de mirada-red es el pulso más íntimo y sensible del arte de Mireya, quien mantiene vigorizada y dispuesta su fe en el otro, en quienes aún son capaces de conmoverse, de sentir a pura tripa.
Por eso cada Espacio Núbico viene siendo un punto de encuentro de entusiastas, de valientes, de seres dispuestos a modificar su perspectiva las veces que sea necesario. Y por eso, al salir de la obra no dejan felicitaciones sino agradecimientos. Pues se trata de un proyecto que nos sacude desde el futuro, que empodera y emancipa las capacidades de un mirar constantemente amaneciendo.



Luis Eduardo Martínez


Miradas Núbicas. Muestra antológica. (Palais de Glace. Buenos Aires).



Para mayor información sobre la obra y los procesos creativos de Mireya Baglietto, pueden ingresar en su site: http://www.mireyabaglietto.com/ Donde encontraran un amplio registro visual de sus trabajos y una variedad de textos teóricos y vivenciales.

jueves, 22 de enero de 2015

Manifiesto o



Ooo
allí donde todo se ha agotado
comienza a escurrir un gesto que se incendia
es un chipazo que gotea
nutriendo
y entibiando
el resquebrajado lomo
de lo supuesto,
apaciguando
la fatigosa carga
de lo obvio.
Ooo parece que dijera
lo inesperado enraizándose
en el cuenco de la boca.
Ooo le llueve desde las manos
hacia el dorado brillo que lo emboba:
en el centro de lo previsto  
le viene creciendo
el asombro

y ya no hay forma
de tantear un nombre viejo
para decir el misterio.

viernes, 16 de enero de 2015

Hacia una poética del asombro

 Mirar, admirar
hojas verdes, hojas nacientes
entre la luz solar.
Matsuo Bashō


Junto al florero,
¿también la mariposa
oye Lo Inmenso?
Kobayashi Issa




En cada cultura podemos encontrar infinidad de conceptos que no sólo se vuelven complejos de ser  aprehendidos y traducidos por otras culturas (como si a cada pueblo le hubiera tocado develar una faceta única en el prisma del misterio humano)  sino que es difícil comunicarlos también en la propia lengua que les dio nombre pero que los protegió a su vez, de los peligros del reduccionismo y la intelectualización.
El pueblo japonés tuvo en suerte la posibilidad de acuñar un maravilloso concepto que pareciera resguardar en sí la medicina que nos devuelva la capacidad para degustar el mundo palmo a palmo, a nuestro propio ritmo, desde una conciencia anclada en lo efímero y en la eternidad. Se trata de wabi-sabi, una expresión con sus raíces ocultas en los entresijos de la ceremonia del té, el antirracionalismo del budismo zen o la impronta evanescente del haiku.
Wabi-sabi es a la vez un paradigma estético y un modo de sentir y experimentar la vida y sus fenómenos estableciendo una relación personal y profunda con aquello que sale al encuentro de nuestros sentidos, percepciones y emociones.
Mucho dista esta forma de ser y de estar respecto a la globalizada cultura de la novedad que nos sujeta y agita mucho más de lo que quisiéramos admitir. A través de un constante estado de fascinación que nunca llega a madurar en asombro, nuestra mirada contemporánea salta de estímulo en estímulo perdiendo su propia capacidad de descubrimiento, de tornarse mirada activa, artesana, creadora. Todo gira en torno a una renovada promesa de satisfacción que llega siempre desde el otro lado de nuestros deseos. Y así, con los sentidos apelotonados de estímulos y el alma anhelante, hemos ido perdiendo la capacidad del “gusto” propio.
Nuestras papilas gustativas anímicas se encuentran severamente intoxicadas y para poder experimentarnos en el mundo, incluso para poder percibirnos, nos vemos en la necesidad de incrementar las dosis diarias de estímulos e información, provocando que hoy, más que nunca, conocer sea sinónimo de acumular, de atragantarse de inmediatez. No hay tiempo para digerir y procesar ya que lo mejor está siempre por delante y lo que capturamos hace un instante ya se nos escurre como arena entre los dedos.
En contraposición, el  wabi-sabi es una delicada y profunda captación estética y espiritual de los fenómenos más humildes e imperceptibles, pero que precisamente se han vaciado de referencias para que podamos habitar sus misterios con nuestro propio misterio erguido. 
El concepto de wabi-sabi no se puede enseñar, no se puede comunicar, su unidad excede la suma conceptual de sus partes.  
Wabi deriva de la raíz wa, que se refiere a la armonía, la tranquilidad y el equilibrio, aunque antiguamente, en términos generales, significaba  tristeza, desolación y soledad. Pero a través de un proceso poético ha llegado a significar simpleza,  humildad, armonía con la naturaleza. Unido profundamente a la filosofía del budismo zen, en wabi se encarna la imagen del monje peregrino, que nada espera y se contenta con su túnica desgarrada por el viento, su viejo cuenco de limosna y la simpleza de su ermita.
Y sabi, en sí mismo significa "la flor de tiempo". Connota progresión, el deslustre natural, la herrumbre que ha apagado lo que alguna vez brilló. Como también la comprensión de que la belleza es efímera. 
El poeta y catedrático peruano Alfonso Cisneros Cox, quien se dedicó arduamente a estudiar la poesía haiku y la cultura japonesa, asegura que el término sabi está impregnado por la sencillez y la austeridad, de un gesto de aislamiento que actúa como una forma de depuración para poder observar con más profundidad aquello que nos rodea.
El significado de esta palabra también ha ido evolucionando con el tiempo. En el siglo XIII, sabi se transformó en el placer que se experimenta al observar las cosas que han sido transformadas por el paso del tiempo y el obrar de la naturaleza y el ser humano.
Del encuentro de ambas concepciones surge un estado suavemente excepcional en el que, al contemplar determinadas formas e imágenes, experimentamos un goce estético ante la aceptación de la transitoriedad y la belleza de lo imperfecto, lo impermanente y lo incompleto.
Desde este sentir, los japoneses han encontrado toda una categoría de belleza que envuelve a los objetos envejecidos, desgastados e irregulares que sobresalen con modestia y austeridad, que al contemplarlos entran en diálogo con nuestra intimidad, que no nos desbordan  sino que nos permiten ingresar en “su sabor” muy suavemente. No es una belleza obvia, sino cubierta de variadas veladuras. Pero por sobre todo, una belleza imperfecta en la que podemos reconocernos, hermanarnos, o bien, como afirma Donald Keene, especialista en cultura japonesa: “una belleza inmune a las mudanzas del gusto”.




El desarrollo de la estética wabi-sabi comenzó como tal durante el período Kamakura (1185-1333), coincidiendo con la difusión de las nuevas escuelas del budismo, en particular, la escuela Zen. Desde entonces se ha derramado en variadas artes, como la arquitectura, la poesía, la decoración, la jardineria y la pintura, pero también en experiencias y rituales de la vida cotidiana.
Así, los objetos y obras “tocados” por  wabi-sabi guardan una memoria viva, registran el paso desgastante de los elementos de la naturaleza, se agrietan, se oxidan, se deslustran, se cubren de pátinas provenientes del uso y la intemperie, pero por sobre todo, nunca serán piezas atesoradas en museos o vitrinas, sino elementos unidos fuertemente a los quehaceres del diario vivir, y de esta manera, podrán ser redescubiertos por el contacto una y otra vez.
Según el arquitecto, diseñador y filósofo  norteamericano Leonard Koren, el wabi-sabi percibe una “grandeza” perceptible y despojada que representa exactamente lo opuesto a los ideales occidentales de gran belleza como algo monumental, espectacular y duradero, sino refugiada en lo intrascendente, velada por lo provisional y lo efímero, develada por la poética del asombro.
Esa gracia se nos revela en aquello que creíamos conocer en todas sus posibilidades, más ahora se despierta una opacidad, una textura, una grieta capaz de re-significar todo el conjunto y abrazarlo desde nuestra propia precariedad potente.
Nosotros también nos surcamos de tiempo; nuestras manos, nuestro rostro, cabellos y hasta el brillo de la mirada van adquiriendo huellas y transformaciones que son el reflejo plástico de las vivencias del alma y el devenir. Sólo que no las vemos llegar, así como no vemos surgir el moho en una vieja madera o la herrumbre de un viejo utensilio, sino que de repente parecen estallar y nos interpelan con el mismo guiño de las manchas estelares en la noche profunda.
Esa belleza sin parámetros, no impositiva, ese estallido inesperado puede salirnos al encuentro donde y cuando menos lo imaginamos.
El mundo todavía está lleno de gestos que se rehúsan a ser encorsetados desde una mirada incapaz de “ver descubriendo”, “ver creando”. La reconquista de estas capacidades está inevitablemente ligada a la posibilidad de la libertad, pues al entregar la mirada y resignar el asombro nos volvemos espectadores esclavos de la apatía.
El sentimiento de arrobo ante la realidad sensible es parte inseparable de la condición humana y de allí nacen nuestras capacidades poéticas y también nuestras capacidades de resistencia, pues en la comprensión cabal de los múltiples sustratos que la componen recibimos inspiración para continuar adentrándonos en la aventura del autodescubrimiento, de una propia pedagogía para penetrar en la naturaleza y en lo humano.  
Donde todo está dicho o allí donde otro nos impone la palabra o el silencio en los labios, sólo ahí podemos decir que hemos dejado de ser, de raíz.
Nacimos de y para pronunciar el asombro.


Luis Eduardo Martínez


Fuentes:
-Paula Fernández González, Alex González Coronado, Wabi-sabi.
http://pensamientojapones.tumblr.com/
-Leonard Koren, Wabi-sabi para Artistas, Diseñadores, Poetas y Filósofo. Hipòtesi-Renart Ediciones, Barcelona.
-Haiku, Colección Poesía Mayor, Editorial Leviatán. Buenos Aires.